La fascinación por la muerte es una tendencia importante en la cultura bretona, que se remonta a una civilización anterior a los galos. Desde hace miles de años, un siniestro pantano se considera la entrada al inframundo en el centro de la península. El carácter lúgubre de estos lugares y la costumbre de construir tumbas contribuyeron sin duda a la aparición de una religión centrada en la muerte, que aún se practica hoy en día.
La institución druídica, ya fuera de origen celta o se remontara al pueblo de los dólmenes, también desempeñó un papel importante en el desarrollo intelectual de Europa occidental. Algunas de sus tradiciones se conservaron en el cristianismo de la Edad Media y en las creencias populares. Si aceptamos que muchos druidas se convirtieron en sacerdotes e incorporaron elementos de su antigua fe a su nueva religión, resulta fácil comprender por qué la gente cambió pocas de sus costumbres y ritos al tiempo que adoptaba las prácticas de otra religión. El resultado fue más una fusión de ambas bajo una máscara cristiana que una victoria de la nueva religión.
Según César, los druidas ejercían una gran influencia sobre la población y el poder político en el siglo I a.C.. El clero cristiano se apoderó fácilmente de esta influencia, así como en otros ámbitos. Además, su poder se vio incrementado por las invasiones sajonas y por la necesidad de algunos habitantes de Britania de huir de los conquistadores. En muchos casos, los sacerdotes se convirtieron en los guías de las bandas de emigrantes que cruzaban el mar hacia Armórica.
